Estrés y productividad

El gráfico de arriba hace referencia a la "ley de Yerkes-Dodson". Podemos observar una U boca abajo sobre un eje de coordenadas. Cuanto más aumenta el estrés (el eje x), también lo hace la productividad (el eje y). Es decir, cuanto más estrés, mayor productividad... hasta que llegamos a la cima de la curva, en el punto donde la U boca abajo empieza a descender. Desde allí hay un descenso rápido hacia la poca productividad. Mientras que un estrés moderado nos ayuda a realizar la tarea que estamos realizando, si el estrés aumenta provocará todo lo contrario, siendo el resultado una productividad menor.
Algunos estudios demuestran que las personas más ocupadas y productivas funcionan en la franja de estrés más alta, en algún punto descendente de la curva estrés-productividad. Con el paso de los años sus resultados siguen siendo buenos, pero los diferentes sistemas del organismo comienzan a resentirse. Para mantener un estado óptimo de estrés-productividad, una de las soluciones que plantearon los investigadores fue que las personas aprendieran a relajarse. De esta manera se pasarían al lado izquierdo de la curva y la productividad sería mayor, a la vez que los esfuerzos empleados disminuirían.
El estrés, a pesar de la familiaridad de la palabra, tiene unos efectos muy poco amistosos. Entre los más habituales están el debilitamiento del Sistema Inmunológico, enfermedades cardiacas, problemas digestivos, problemas para dormir, depresión o ansiedad, obesidad...
La única estrategia viable para mantener la productividad a la larga es aprender a relajarse. Existen miles de maneras de hacerlo. Nadie mejor que tú puede saber que es lo que te puede relajar, que no es otra cosa que todo aquello que consiga hacer callar a esa vocecita de tu cabeza que siempre te está presionando para hacer más, mucho más deprisa y encima de manera perfecta. Pero si queremos que el organismo y la mente se autoregulen y puedan dar lo mejor de sí mismos, es necesario acallar esa voz.
Esta semana puedes probar lo siguiente: reserva una hora al día (¿es mucho?) para relajarte de cualquier forma que te guste. Te darás cuenta de que en lugar de restringir la cantidad de tiempo del que dispones para hacer las cosas, el día parecerá desplegarse sin tanta velocidad y con más espacio, sin asfixiarte tanto. Y, ya que estamos, apaga el móvil y el ordenador durante ese tiempo ;)
Lluvia de ideas: spa casero (baño caliente, velas, música agradable...), una sesión de yoga, cocinar tu plato favorito, dar un paseo por la playa (lleva al perro y juega con él), hacer voluntariado en alguna asociación de tu interés... Pero recuerda: solo sirve si te gusta de verdad.
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